La semilla autoritaria

Por Alexis Oliva*

La escena no está registrada en un video que pueda “herir la sensibilidad”, pero sucedió así: Anochecer del 11 de junio de 2015. Quebrada de las Rosas, barrio cordobés de clase media-alta. Dos jóvenes intentan robar el celular a un adolescente. El chico advierte que la pistola que llevan es de juguete y se resiste. Alertados por el forcejeo, los vecinos atrapan a uno de los asaltantes, lo atan a un poste y lo golpean hasta dejarlo inerte. Una patrulla policial lo encuentra inconsciente y con traumatismo de cráneo. José Luis Díaz, 23 años, agoniza trece días y muere.

Durante el velorio en el vecino y modesto barrio de San Ignacio, la madre dirá: “Fue de cobardes. Eran más de quince pegándole. A mi hijo lo asesinaron”. En Quebrada de las Rosas, el silencio protege a los homicidas. La Policía nada sabe y la Justicia poco hace. Hasta hoy, el alevoso linchamiento sigue impune.

Un año antes, en otro caso que por poco no terminó en homicidio, el fiscal a cargo, Víctor Chiappero, declaró: “Se habla de linchamiento. Es un muy mal mensaje, porque en buena hora que miembros de la comunidad reaccionaron ante el delito. Es un procedimiento correcto. No es bueno que se pinte como un acto de barbarie”. Al contrario, los medios de comunicación hegemónicos también aprobaban eso que definían como “justicia por mano propia”.

Episodios como estos –más frecuentes de lo que el público se entera– son ilustrativos de la más perenne, invisible y dañina herencia que dejó el terrorismo de Estado: la semilla del autoritarismo, la intolerancia y la violencia impune de los buenos ciudadanos.

Los que en 1976 decían “algo habrán hecho” las víctimas del terrorismo de Estado, en 2016 reclaman “tolerancia cero” y avalan el “gatillo fácil” contra el delito marginal (mientras bancan el “pago fácil” a los buitres). Los que ayer denunciaban a sus vecinos “subversivos”, hoy se atreven a masacrar en patota a un ser humano indefenso.

Es que no están solos. Los medios masivos y el Poder Judicial que ayer ocultaban y consentían, hoy desinforman y legitiman. El gobernador que cuando aún reinaba la impunidad reprochó que las madres de los desaparecidos “deberían haber cuidado más a sus hijos”, en tiempos de extorsiones policiales y linchamientos privados arengó “a cazar delincuentes”. Y el candidato que prometía terminar con “los curros de los derechos humanos”, es el presidente que impone un frenético combo de medidas anti-populares y criminaliza la protesta social.

Los micro-dictadores de la sociedad civil están envalentonados. La idiosincrasia autoritaria va mucho más allá de votar a un gobierno de derecha, o de sostener que el éxito individual deriva del mérito propio y no del contexto favorable, o de pretender un bienestar exclusivo mientras los demás se hunden en la miseria (como si no entendieran que de ahí viene ese marginal que intenta robarles). Se trata de un atávico desprecio por los derechos del otro. Un desprecio que llega a matar.


*Alexis Oliva es egresado de la ECI, periodista, docente y autor de Todo lo que el poder odia – Una biografía de Viviana Avendaño (Recovecos, 2015).