Por Ángel Stival
Días atrás, me preguntaron qué nota escribiría de nuevo. Estuve tentado de responder: las que se referían al Mundial 78, pero no lo hice. La claridad que hoy se tiene, a 40 años, acerca del nefasto rol cumplido por el hecho deportivo como parte del ocultamiento del horror represivo de la dictadura no era fácil de alcanzar, inmersos en la magnitud del acontecimiento y en la participación popular que suscitó.
“Los argentinos somos derechos y humanos” rezaba una calcomanía muy difundida que viajaba por todo el país pegada a los parabrisas de los autos. Una burla funesta a la campaña internacional de denuncia que llevaban a cabo las organizaciones de defensa de los derechos humanos por los crímenes de lesa humanidad cometidos en Argentina en ese mismo momento.
Para colmo, el seleccionado nacional se consagró campeón del mundo por primera vez en la historia al ganarle a Holanda en el estadio de River, colmado de público y cubierto de papelitos que certificaban la victoria de Clemente, dibujo de Caloi que instaba a los hinchas a tirar papelitos, contra la prédica ramplona de José María Muñoz que les pedía que muestren al mundo cuán civilizados y pulcros eran.
Ese era el tenor de las disputas “permitidas” por el régimen dictatorial que asolaba la patria. Estuve en esa cancha y festejé los goles de Mario Kempes como lo hizo la mayoría de los argentinos. Luego elevé mi vista y vi en el palco al trío dictador: Videla, sonriente, con los pulgares hacia arriba, siniestro, flanqueado por Agosti y Massera. Entonces pensé que quizá hubiese sido mejor que el balinazo sobre la hora de Rensenbrink que se estrelló en el palo, entrara en el arco de Fillol.
Después olvidé ese pensamiento fugaz y me sumé a la marea humana que ganó las calles de Buenos Aires en un festejo exultante que se extendió por todo el país. Me justifiqué pensando que ese pueblo sufrido, que no tenía ninguna posibilidad de manifestar sus reclamos y necesidades, sumido bajo la férrea bota de la dictadura, se merecía un desahogo como ese. Y me ilusioné con la idea de que quizá ese reencuentro en la calle en la que había protagonizado tantas luchas, podía ser el punto de partida de la resistencia popular a la dictadura. Por eso no respondí que escribiría de nuevo las notas del Mundial 78. En realidad, no hay que reescribir nada sino explicar –y asumir – que aquel contexto festivo generaba confusiones y extravíos. Además, el daño ya estaba hecho. Los grandes medios cumplieron su parte, primero reclamando un gobierno fuerte que pusiera orden “ante el caos generalizado”. Y después convalidado un nuevo golpe de Estado y ocultando los métodos nefastos que la dictadura utilizó para “combatir al enemigo interno” en la denominada “guerra sucia” que dejó un tendal de muertos, desaparecidos, torturas y vejaciones.
Hoy, lejos de los gritos de gol, reclamamos para ellos, con fuerza y algo de culpa, Memoria, Verdad y Justicia.