El 24 de marzo: ayer y hoy

Por Enrique Lacolla* 

No hay duda de que el 24 de marzo de 1976 marcó un corte –en el sentido más literal y sangriento del término- en los desarrollos de la política argentina. Supuso la ruptura del empate que hasta allí había existido entre la clase dominante y las fuerzas populares emergentes que con el primer peronismo habían esbozado un cambio en el ordenamiento económico y social del país. El terrorismo de estado vino a poner fin no sólo a la subversión de una guerrilla excedida en su voluntarismo e infatuada de su propia importancia, sino que aprovechó esa coyuntura para romper el impasse y machacar sobre el conjunto de la economía imponiendo las políticas del consenso de Washington. Que en suma no hacían más que remachar el paradigma elegido por nuestra clase dominante (la oligarquía o, si prefiere, nuestra “burguesía compradora”) para gestionar la vida de la nación. Esto es, la vinculación estrecha y rigurosamente subordinada al centro mundial. Para el caso, Wall Street y la City de Londres. No era una novedad; desde el empréstito con Baring Brothers contraído por Rivadavia en el siglo XIX, la organización del país se arregló siempre en torno a una dependencia que sólo durante la primera gestión de Perón pareció romperse.

Para colmo de males, el golpe del 76 se articuló en torno a la “teoría del shock”, a la del capitalismo del desastre, como lo define Naomi Klein. El concepto se refiere al aprovechamiento por el sistema de cualquier coyuntura crítica o catastrófica para implantar, por el terror, en medio del desconcierto general, procedimientos que desarticulan toda resistencia y ponen sobre el tapete como única o principal cuestión la mera supervivencia física.

El trauma provocado por esta experiencia se prolongó a lo largo de la era democrática advenida en 1983. Sólo en diciembre del 2001 la sociedad argentina pareció haberse purgado de esa peste y haber recuperado su capacidad de reacción. Pero hoy, cuando el ciclo “progresista” inaugurado en la estela de esos acontecimientos parece haberse agotado, resurgen los fantasmas de la dependencia no sólo económica sino también moral y cultural. Las circunstancias son distintas, es verdad. El cambio se ha dado no a través de un golpe de estado sino por medios legales. Aunque el miedo vuelve a estar presente –miedo al despido, a la desocupación, al terrorismo psicológico desplegado desde los medios dominantes- no se trata ya del temor cerval provocado por la brutalidad física del régimen militar en su momento. Pero la orientación de los datos brindados por el accionar del gobierno de Mauricio Macri no dejan dudas: se trata de un retorno a la política económica de Martínez de Hoz, perfeccionada por Cavallo y Sturzenegger en los 90.

Es curioso ver como los partidos se adecuan, salvando las distancias, a actitudes parecidas a las de los trágicos días anteriores y posteriores al golpe del 24 de marzo. En aquel entonces las resistencias políticas se redujeron a cero, o casi. En cuanto a los sindicatos, si bien no cabe una comparación, pues por entonces estaban en la mira directa del régimen militar, también ostentan una lentitud de reacción que se asemeja a la parálisis que inmovilizó al cuerpo gremial en los días nefastos de los comienzos de la última dictadura.

“Quien quiera ver, que vea.”